Te veo cuando piensas que parece que vivir te cuesta un poco más que al resto. Que eso que los demás hacen con tanta facilidad a ti te cuesta un triunfo. Y mira que te compras planificadores, tienes todos los de TEDI y los de Tiger. Pero nada, que por más que lo intentas hay algo que no. Piensas que al final será verdad eso que tanto te dicen de que «no te esfuerzas», pero la sensación de angustia por «no llegar» no parece corresponderse con una falta de esfuerzo.
Pero qué va a ser si no, si el resto puede. Y sin planificadores y sin agendas y sin alarmas de móvil y sin Google Calendar y Google Task y sin Trello y sin possit y sin apenas nada, el resto puede. Y a ti con mil ayudas externas «se te pasan las cosas». Y luego está el tiempo, que no sabes qué pasa, pero que se te va sin darte cuenta. Los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses… son un lío.
Empiezas una tarea y de pronto empiezas a hacer otra que te encuentras por el camino y cuando te descuidas… ¡Ha pasado una hora!, ¡o dos! Y habías quedado.
Vas a vestirte, ya casi sin tiempo y has olvidado comprarte las medias que necesitabas para ese vestido que querías ponerte así que buscas tu vaquero favorito y está en un montón de ropa que aún está por lavar.
«Si es que no me esfuerzo, no me entero de nada, soy un desastre».
Y mientras piensas en que necesitas alguna aplicación nueva de gestión de tiempo (otra más) resulta que sales de casa y te das cuenta de que no has desayunado y de que tenías que haber cambiado la cita del dentista y no lo has hecho y otra vez que vas a avisar en el último momento y odias hacer eso porque te importa mucho, muchísimo, no dañar al resto.
Y te llaman de tu trabajo y te dicen si te ha llegado la información del nuevo proyecto. Te pones a mirarlo en el móvil y se te ocurre ver si ya ha llegado el pedido online de aquel libro tan chulo que te compraste y luego abres la aplicación del banco a ver si te han ingresado el importe de un encargo que realizaste («¿Mandé la factura? No lo sé, siempre igual, qué desastre»). Y ya de paso miras si hay entradas para esa exposición que tanto te encantaría ver.
Y de pronto, piensas, «¿pero qué estaba haciendo yo? Ah, sí, iba a mirar lo del proyecto del trabajo».
Has salido de casa un poco tarde y llegas tarde a la parada del autobús y el autobús ya se ha ido así que tienes que esperar otros 15 minutos. Y llegas tarde con tu amiga, esa que tanto te importa y que piensa que si llegas tarde es porque no tienes tantas ganas de verla. Pero no es eso, tú lo intentas y lo intentas y lo intentas una vez tras otra, pero no sabes qué pasa con las tareas y el tiempo.
«Si encima luego no termino lo que empiezo, si parece que solo lo termino con la urgencia de una entrega o algo similar».
Te veo cuando llegas a tu cita oyendo tus latidos en los oídos por la prisa de llegar tarde, por la culpa y por el sentimiento de poca valía que casi de siempre te acompaña. Y veo cómo te esfuerzas una vez tras otra. «Con lo lista que eres ya podías dedicar un poco de esa inteligencia a organizarte». «Qué despistada eres». «No es tan difícil salir a tiempo de casa».
Y llegas con tu amiga que te ha pedido varias veces esa semana que no se te olvidara la chaqueta que te prestó. Y bueno, pues la chaqueta te la has dejado en casa. «Qué desastre», piensas. Tu amiga te dice que se la des otro día, pero, bueno, el nudo del estómago ahí está. Que se suma al hambre de olvidarte de desayunar.
Te sientas ya por fin a tomar algo y notas cómo no puedes dejar de tocar algo con tus manos o de mover tus pies o tus dedos como si siguieras un ritmo. Pero que no se note mucho. A veces te cuesta centrar la atención en la conversación, salvo si te interesa mucho que te centras hasta el infinito. A veces te evades, piensas otras 3 o 4 cosas a la vez, repasas tus tareas pendientes, enlazas ese tema con otro en tu cabeza, etc.
Y sin darte apenas cuenta. Vuelves a la conversación e intentas descifrar el contenido asociando lo último que escuchaste y lo que estás escuchando ahora. Ok, conseguido, no se ha notado. «¿Pero por qué me evado así?».
Te veo cuando esto te pasa en el trabajo y te piden varias cosas a la vez y te bloqueas porque estás desmigando cada tarea en pasos y se te está haciendo un mundo. Si pudieras gritarías «PASO A PASO», pero no puedes.
Te veo cuando sientes que tienes dos modos: el de «hacer todo» y el de «no hacer nada».
En el primero haces el trabajo de 3 personas, tú sola, en tiempo record. En el segundo no sabes ni por dónde empezar, puedes pasar horas mirando al frente decidiendo algo que a veces no sabes ni qué es y sientes una niebla como en el frontal de la cabeza que te impide hasta recordar tu teléfono o cuándo es el cumpleaños de tu hermano. Y te impide funcionar, claro.
Te veo cuando intentas hacer algo con esta sensación porque las etiquetas de «vaga», «desorganizada», «despistada» y «dejada» las tienes grabadas a fuego.
Te veo cuando abres el email y ves que aquellos archivos adjuntos del trabajo aún están sin mirar («Claro si es que como me pilló de camino al bus no lo anoté en Google Calendar»).
Te dices «con la buena memoria que tengo, ¿por qué me pasa esto? Ya me lo decían de pequeña…»Solo te acuerdas de lo que quieres». No, si al final será eso. Igual si me esforzara más…». Te veo cuando miras la lista de tareas pendientes y se te cae el mundo encima, porque no sabes qué ha pasado para que eso esté así.
Te veo cuando te vas a dormir y piensas que eres una inútil y que, además, es por tu culpa. Y te vuelves a decir «es que eres un desastre».
Te veo cuando dices «mañana me esforzaré por hacerlo mejor» y eso es una losa que te aplasta día a día.
El infradiagnóstico de TDAH en la edad adulta arrasa con la autoestima, la percepción de valía y genera una sensación constante de fracaso.
Saber quién eres lo cambia todo ❤️